Al entrar al Café París en Tánger, sentí estar en una película de otra época, pensé en «Bajo el cielo protector» o en James Bond tomando allí un café. O en estas películas de serie B de espías con nombre como » Misión en Tánger». Un nuevo mundo se abría ante mi, literalmente , como la carta de un nuevo restaurante
La primera vez que Tánger entró en mi mente fue al leer la novela Tiempo entre costuras de María Dueñas. Desde ese momento soñé con ir hasta allá, pues hay sueños que se convierten en realidad.
Desembarqué en la ciudad marroquí, un año después de leer la novela. Llegué por casualidad, guiada por el espíritu aventurero que me llevó al estrecho de Gibraltar y de allí a tomar un ferry a Marruecos. Viajé con el corazón palpitante de emoción y con mi mochila naranja siempre a medio hacer.
Desde el puerto de Tánger, pude ver a los lejos el Hotel Continental -escenario de la novela- con sus letras azules y en decadencia. Leer, tiene el poder de llevarte a puertos inesperados y estar aquí era la confirmación de que los sueños pueden hacerse realidad.
Unas horas más tarde me instalé en el Café París, justo frente al consulado francés. Abrí mi guía de actividades y con el mapa comencé a trazar las rutas de estos días.
El Café París es un lugar atemporal: los muebles deben ser los mismos del día que abrió sus puertas. Tiene la decadencia propia de todo lugar elegante, pero la suya es una elegancia sencilla, muy propia del estilo de la modernidad.
Pedí un café au lait. Llegó servido en un vaso de vidrio con cuatro bellísimos terrones de azúcar en el plato. Quizás fue por el sabor del azúcar, quizás por el café, lo cierto es que su sabor era especial.
El ambiente aquí es europeo, sin duda, pero tiene un toque étnico y chic. Allí, en esa cafetería, desde sus sillas de cuero marrón oscuro, comencé a ver la ciudad y su cotidianidad.
Gente de todos los plumajes pasan por la calle, trajes de todos los estilos. Hombres y mujeres en jaiques y caftanes, togas y turbantes de colores. Elegantes hombres de negocios con sacos italianos, sombreros panamá, mujeres con pamelas y lentes de sol a lo Jackie Kennedy Onassis.
En este lugar escuchas diversas leguas y la gente “cambia de idioma como de pañuelos”. Todo es sorprendente, todo es nuevo. Siento que sopla un viento diferente que trae perfumes de especies: la menta del té, los perfumes de mil lugares y, en particular, el aroma de un tabaco. Me doy cuenta de que llega de la mesa de al lado, donde hay un hombre inglés sentado. Viste de lino blanco –es como un cisne-, solo requiere su propio plumaje para transmitir serenidad y elegancia. Fuma un habano y ese aroma majestuoso se mezcla con el de mi café. Estar aquí es presenciar la ruta de paso entre Europa y África, en tránsito hacia mil destinos…
Salgo a recorrer las calles de la ciudad. Viajo sola, es más aun estoy totalmente sola. No conozco a nadie, nadie me conoce. Esta libertad la gane luego de mi divorcio y labrando mi independencia económica.
Un festival de cine me llevo a Málaga con uno de mis proyectos de películas y aquí estoy a medio camino, entre Africa y Europa, entre el mar y la tierra, de todo a medio camino hasta de mi propia vida.
El sol cae, tomo un té de menta desde una terraza donde se ve la ciudad. Los colores azules, verdes, las paredes blancas… Es el triunfo del color. Las gaviotas cruzan el cielo celeste. Un haz de rayos de luz baña mi piel, mi corazón está reconfortado, revalorizo este momento, este instante es la consagración de la vida. ¡Aires de libertad!
PD: Esta nota la escribí en mi último viaje, antes de convertirme en emigrante y perder casi todo lo que tenía. Es extraño leerla ahora que han pasado demasiadas cosas que en ese momento no podía imaginar en mi vida pero, la nota reafirma que respiraba libertad.