New York Budapest: el café más bello del mundo

Cuando gracias a la guía Lonely Planet, llegué a la calle frente al café mas bello del mundo: el New York Café de Budapest, simplemente, se me salieron las lágrimas. Al sobrepasar la puerta quedé totalmente asombrada, se escuchaba una melodía extraordinaria ejecutada por un pianista, el aroma de café del lugar era una nube invisible que bañaba todo como un breve rocío y el esplendor del lugar era magnífico. Columnas doradas, terciopelo, techos altísimos, espejos colosales, dorado, plata, mármol, lámparas de cristal de Bohemia. Más que un café era como entrar en un palacio imperial. Un lugar totalmente imponente.

Al sentarme, me sentí la persona peor vestida del planeta. Yo, con botas Timberland y campera de invierno sin glamour, sentada en sillas de terciopelo rojo.

A mi lado las mujeres lucían estolas de piel de zorro blancas, pieles de visón y conejo color plata. Los hombres de saco y corbata, todos impecables.

Mujeres con las manos de esmalte rojo y pesados anillos de oro que resplandecían mientras daban vuelta a las cucharillas para revolver el azúcar de sus capuchinos.

Sorprendentemente, aunque había muchos turistas, la mayoría de los comensales eran húngaros. Afuera caía la nieve elegante y silenciosa, adentro un grupo comenzó a interpretar música gitana, sonaban el tárogató y las alegres melodías húngaras cargaron el ambiente de festividad.

Yo pensaba en papá y en mi familia. La emoción era incontenible. ¿Habría mi padre estado allí? ¿Habrían mis abuelos podido sentarse en ese lugar? Lo más probable es que sí. Fue mi primer viaje a Hungría, todo era tan cercano, el idioma, los rostros, la ciudad, la comida, era descubrir una parte de mí y el recuerdo de mi padre y su sonrisa viajando a mi lado, presente, haciendo de mi corazón una metralleta.

Pedí un capuchino y una sachertorte, cuyo sabor era magistral. Luego, pedí una copa de vino tinto para poder disfrutar un rato más en el café más bello del mundo. En las mesas continuas brillaban las copas de cristal, los platos de porcelana blanca con bordes dorados, las altas copas de café y tortas esponjosas, decoradas con crema, chocolates, fresas, frambuesas, cerezas… Los mozos de real smoking.

Todo era como en un film antiguo, la experiencia, el instante, el gesto, un momento totalmente cinematográfico.

Cada vez que viajo, trato de buscar los cafés emblemáticos de cada ciudad para, desde allí, analizar la guía de viaje y junto a un mapa y google organizar las rutas diarias. Nunca viajo sin una guía, preferiblemente, en físico. Y, siempre, me acompaña una libreta para anotar todo, impresiones, lugares, sensaciones. Pero descubrir cómo es cada ciudad a través de sus cafés es un placer infinito.

Cierro tras mí la puerta del lugar. Salgo a conocer Budapest: El viento helado impacta mi rostro pero todo lo vivido hace que lleve el calor del café en el alma.

Café New York, Budapest

Café New York, Budapest

 

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